• Dom. Ene 19th, 2025

Adolfo Benjamin Kunjuk - Diario Personal

En este rincón digital, exploramos la vida cotidiana con un toque de ironía y humor sutil. Entre noticias y reflexiones, vas a encontrar historias que desnudan las contradicciones humanas, todo contado con la cercanía de una charla entre amigos. Desde lo absurdo de la tecnología hasta los grandes temas que parecen manejados por los que menos entienden, aquí las cosas se dicen como son, sin vueltas y con un guiño cómplice.

Jugadas que vienen por cartas | Historias del ajedrez por correspondencia en la Argentina



La Liga Argentina de Ajedrez por Correspondencia (LADAC) cumple en estos días 70 años de actividad ininterrumpida. Sus orígenes se remontan a 1945, bajo el nombre de “Torneos de Ajedrez por Correspondencia” (TAC), pero en 1948 tomó su denominación y forma jurídica actual, que implica la organización de todo tipo de torneos de ajedrez utilizando el correo como medio de transmisión de jugadas, además de la entrega de títulos de campeón argentino, maestro nacional y árbitro nacional de la especialidad; rankings de sus jugadores y conformación de equipos para competir en torneos internacionales.

A través de esta institución, Argentina se incorporó a la Federación Internacional de Ajedrez por Correspondencia (ICCF), una organización global que reúne a las distintas federaciones nacionales y organiza, entre otras actividades, el campeonato mundial, las olimpíadas, la entrega de títulos internacionales de maestros, grandes maestros y árbitros, así como el ranking mundial de ajedrez postal. Todo ello configura una estructura paralela muy similar a la del ajedrez “normal”, como la FIDE y las distintas federaciones nacionales.

A través de LADAC, los jugadores argentinos participaron en olimpíadas entre naciones y campeonatos continentales por equipos, y también en campeonatos mundiales individuales, obteniendo títulos de Maestro Internacional y Gran Maestro, ganando varios campeonatos panamericanos por equipos, e incluso un subcampeonato mundial individual (obtenido por el GM Juan Sebastián Morgado en 1984).

¿Qué motivó a los fundadores a crear todo este marco institucional? En primer lugar, brindar una oportunidad de jugar al ajedrez a quienes viven en lugares remotos o carecen de tiempo durante los períodos en que suelen celebrarse los torneos “normales” o los llamados “en vivo”.

Pero hay otra motivación, quizá menos obvia: el hecho de jugar partidas, de disponer de muchas horas para elaborar cada jugada, nos permite sentir de manera categórica la dimensión inconmensurable del ajedrez, el monstruoso y rico contenido de variantes y subvariaciones que presentan posiciones de partida, aparentemente de poca importancia. Algo que en otros tiempos también se podía experimentar en el análisis de partidas aplazadas, institución hoy desaparecida.

Este concepto justifica por qué varios grandes maestros, incluidos dos monstruos del ajedrez de todos los tiempos, Alexander Alekhine y Paul Keres, han jugado mucho ajedrez por correspondencia como parte de su entrenamiento.

Una partida de ajedrez postal solía durar entre uno y tres años, según se jugara local o internacionalmente. Por eso, la única forma razonable de disputar un torneo es jugar todas las partidas simultáneamente (de lo contrario, un torneo podría durar 30 años, lo cual es altamente impráctico). Por eso, el único sistema de juego es el sistema americano (todos contra todos). El sistema suizo, o el tenis, que programan sus emparejamientos en función de resultados anteriores, significarían muchos años de juego.

Jugar un torneo, incluyendo en sus rituales la acción de meter la jugada en un sobre, pegarle un sello y depositarla en un buzón, era una curiosidad que sorprendía y divertía a las generaciones más jóvenes, y también a las no tan jóvenes. Existe un divertidísimo relato al respecto de Woody Allen, “El fin del ajedrez”.

El proceso de búsqueda de la mejor jugada en una partida de correspondencia implicaba dejar que la jugada se alojara en el propio cerebro hasta su culminación, como una especie de intruso, a veces muy molesto, gracias a la posibilidad de analizar «a ciegas». Acciones como escribir árboles de variantes en cuadernos, o «madurar» las jugadas durante varios días antes de enviarlas al oponente, eran muy frecuentes. Muchas veces el jugador postal se despertaba por la mañana con una jugada que no se le había ocurrido antes, y que finalmente resultaba buena. El cerebro sigue funcionando aunque uno esté haciendo otra cosa. Había que estar atento al momento en que podía aparecer la jugada oculta que daría un giro feliz a la partida. Si esto ocurría mientras uno trabajaba en el tablero, todo estaba bien. Pero si la imagen se producía mientras se hacía otra cosa, y en lugares públicos, era imprescindible contener cualquier exclamación de alegría, o en voz alta, que pudiera confirmar la probable locura mental del jugador postal.

Pero eso ha cambiado para siempre. Las románticas cartas escritas a mano que antes se dejaban en un buzón de color carmín han sido reemplazadas por bytes en un servidor web, donde el jugador encuentra el juego al que está jugando y puede añadir su siguiente movimiento. Esto proporciona una mayor precisión y, por lo tanto, una mejor supervisión, al tiempo que elimina el tiempo muerto mientras la carta permanece en el correo.

Aunque todavía se utiliza la expresión “por correspondencia” en los nombres de las instituciones que rigen la especialidad, informalmente hoy se prefieren las expresiones “ajedrez a distancia” o “teleajedrez”.

Y el proceso de creación de una jugada también ha cambiado para bien. La etapa de “trabajo duro” ha dejado de existir. Ahora, el ordenador no es sólo el medio de transmisión de jugadas. También es el instrumento de creación de ideas, tácticas y estrategia, gracias a los potentes motores de análisis que existen hoy en día. No queda otra alternativa que utilizarlos, porque si no, la derrota es inevitable. Las noches en vela, anotando variantes en busca de la mejor alternativa, han sido sustituidas por ordenadores que permanecen encendidos toda la noche mientras el ajedrecista duerme. El humano, como mucho, sólo se atreve a sugerir tímidamente alguna variante al ordenador, que decidirá si funciona o no. Esta es la realidad del ajedrecista a distancia, ya que la máquina, en definitiva, juega mucho mejor que el humano. Los motores de análisis actuales tienen un ELO estimado de 3.400 puntos, mientras que el campeón del mundo Magnus Carlsen alcanza los 2.838.

En este escenario, la realidad más probable del ajedrez remoto es el empate, un resultado completamente lógico, ya que como cada uno juega con el mejor programa de ordenador, ocurre que este motor de análisis acaba jugando contra sí mismo en todas las partidas de un torneo.

Este hecho, unido a la existencia de tablas de finales de Nalimov o similares, que hoy ya ofrecen veredictos indiscutibles sobre los resultados de finales con hasta seis piezas sobre el tablero, nos llevan a pronosticar que en un futuro no muy lejano el ordenador resolverá definitivamente el gran misterio del ajedrez: en la posición inicial, ¿basta una ventaja puntual para dar la victoria a las blancas, o basta únicamente para hacer tablas? O, podrían preguntarse los más atrevidos, ¿pierden las blancas porque están, inusitadamente, en “Zugzwang”?

Cuando las computadoras agoten definitivamente el ajedrez, la primera, o quizá la única forma de práctica que caerá en el olvido será el ajedrez a distancia, el mítico “ajedrez por correspondencia”. Y sólo quedará el recuerdo romántico de las cartas que motivaban sentarse ante un tablero a mirar una posición, hacer árboles de variantes en viejos cuadernos o saltar de alegría cuando alguien, haciendo otra cosa, como viajar en autobús, descubre a ciegas alguna sorprendente variante ganadora.

* Maestro Internacional ICCF y ex campeón argentino de ajedrez postal.

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