La distancia entre la montaña y el claro es de solo un paso. Por un lado, algarroba y quebrachos; del otro, la llanura Son vallas que marcan los límites. Y montar dentro, familias campesinas resisten en sus territorios el avance de la frontera agrícola sobre el bosque nativo de santiago del estero. son voces de fuego, montaña quemada, topadoras y agrotóxicospero también otras formas de organizar la producción, cuidar la tierra y defender la vida comunitaria.
“Quitar la montaña es ruina”
Alcides Santillán mira en silencio los troncos caídos más allá de la valla. El claro está separado por el camino por el que los camiones retiran los restos forestales que anteriormente se encontraban en pie. El Las topadoras ya han hecho su trabajo.El sol se pone y Alcides se aleja. Lo cuida la sombra que aún le da la tierra. hace más de un siglo llegaron sus bisabuelosdonde hoy cría a sus hijos. No hace falta cruzar al otro lado de la calle para contar lo que te duele: «Cercaron parte de nuestro territorio.«.
su territorio 7 mil hectáreas está a pocos kilómetros de Campo de gallosen el noreste de la provincia, uno de los puntos que este Diario visitó con un equipo de paz verdeargentina. ellos tambien viven ahi delfina y antoniosus padres, quienes se reunían en los talleres de la zona. Antonio cuenta que la casa donde nació la construyeron allí mismo sus padres: «Delfina también nació en un campamento fabril, así que venimos de esas raices. Eso es la pelea que tengo y con lo que voy a terminar, lo que les inculco a mis hijos y a mis nietos», afirma.
El distanciamiento generacional entre los Santillán se ve en su vestimenta: mientras el padre viste sombrero de campo, camisa a rayas y pañuelo al cuello, el hijo viste gorra deportiva y camisa de trabajo. Antonio sigue hacha el breve espacio de monte bajo que se dejan abrir para plantar sin productos químicos, maíz, calabaza y sandía. El hijo cuida el ganado, algunos 700 cabezas que los dejan pastar en el bosque y luego los venden para engorde y sacrificio. En el futuro su idea es producir lo mismo en el cooperativa que montaron con sus vecinos.
Ahora ambos conversan sentados en una ronda en la que circula mate. La casa es pequeña pero resiste, y más allá están los corrales: cerdo salvaje y gallinas. Las vacas caminan entre los árboles. Por la tarde regresan solos en busca de agua. Para Antonio «la montaña es el mejor alimento para los animales; el campo, por el contrario, es muerte, quitar la montaña es ruina«. Esa ruina comenzó a acercarse a la familia en 2004Épocas de auge transgénico que permitieron la siembra ilimitada en la aridez de Santiago. Alcides lo recuerda así: «Llegó una empresa con una supuesto progreso: cambiar la forma de vivir y producir. Nos dijeron para qué queríamos tanto si íbamos a estar bien con 200 hectáreas. Les molestaba cómo vivimos, pero nacemos y crecimos aquí y tenemos una forma de convivir con la montaña. Entonces empezaron con las topadoras«.
En la charla aparece una palabra que se repite en casi toda la provincia: «papeles«, forma coloquial de referirse a la títulos de posesión. Hay familias que viven en la montaña desde hace más de un siglo y que no cuentan con el documento que acredite esa vida. Y aparecen empresarios que Compran títulos en ventas dudosasengañan a los vecinos, roban papeles o atacan directamente el terreno.
Entre bulldozers y resistencia, un conflicto de este tipo es el que viven los Santillán y su comunidad desde 2004. Se ha calmado un poco, dicen, en los últimos años, pero sólo después de que las empresas de la zona lograron alambrar y desmantelar casi la mitad de las 7 mil hectáreas que reclaman como suyas.
Más al sur, en la zona centro-oriental, el avance de la frontera agrícola desde Santa Fe y Chaco la montaña está aún más desnudaya tomado casi en su totalidad: soja, maíz y sobre todo, follaje de ganado. Es uno de los puntos donde la familia produce. cánidodueño del refresco Manaos. El caso de las seis familias de la comunidad Yaku Cachiubicado a metros de las localidades de Bajo Hondo y Pozo del Toba.entre Quimilí y la triple frontera provincial– tiene a los Canidos como protagonistas.
El conflicto sobre 4 mil hectáreas iniciadas en 2012 y prorrogado durante años con el punto más alto en 2016. Fabián OrellanaOrganizador en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase) y asesor comunitario, afirma que esa vez estaban «cuatro meses bajo asedio«. Tiene grabada en su cabeza la fecha en que empezó, el 5 de mayo, día de la orden de desalojo. «Éramos dos cuando llegaron. ellos vinieron con bandas armadas y dispararon; Mataron animales, nos quitaron todo y prendieron fuego a casas«, dice. Uno de ellos logró bajarse en una motocicleta para hacer un llamado a la comunidad para recuperar el lugar. Reunieron a unas cien personas y lo lograron..
Ahora el las casas están de nuevo en pie. Se construye uno nuevo con el apoyo de la delegación municipal de Pozo del Toba y, en el borde del monte recuperado que ya verdurasLos niños de la comunidad juegan a la pelota en el pasto. En 2016, la denuncia de Mocase provocó que el caso escalara en los medios y en la Justicia provincial. ordenó una restricción de aproximación para los Cánidos. Orlando, dueño de la empresa, tuvo que dar su versión a los medios: le dijo a El Liberal que las tierras eran suyas y que sólo se protegió de la comunidad que usurpó la propiedad como «banda» para «robar todo lo que puedan«.
Orellana responde: “Dicen que somos brutos con armas y quitamos tierras, pero no es así: Nunca usamos armas y solo luchamos por nuestro territorio.porque quieren venir a sacarnos”. Algunos hechos de similares características se siguieron repitiendo hasta 2021, año en el que las familias fechan el último. Según cuentan, desde entonces mantiene un puesto de vigilancia a unos kilómetros de distancia y la empresa obras en una parte de las 4 mil hectáreas en conflicto. Horacio Fernándezotro miembro de la comunidad, estima que están «unas 500 hectáreas» de ese total que «limpiaron» en los últimos años. Greenpeace destaca que el área forma parte de 10 mil hectáreas relevadas por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) como parte de Yaku Cachi.
zona gris
Otro claro es visible a simple vista. A 10 kilómetros de Quimilí.a un paso de la ruta por la que camiones retiran troncos muertos tras el paso de las topadoras. En este sector, el plan de producción cubre un área de 290 hectáreas con 145 para forraje. Noemí Cruzcoordinador de campañas forestales de Greenpeace, explica allí que la empresa «viene limpiando miles de hectáreas en zonas vitales para el Chaco Secoque no tiene cursos de agua permanentes; él el bosque es esencial para el país sino también para los países vecinos que comparten la ecorregión». El activista afirma que los claros en la provincia «están mayoritariamente en la zona amarilla, donde sólo debería haber un uso sostenible«.
De hecho, la provincia tiene una Planificación territorial actualizada en 2015 dependiendo del Ley Forestalque divide la superficie forestal en tres colores: el rojo marca un alto grado de conservación, el verde al revés y el el amarillo está reservado para la gestión «sostenible» con áreas permitidas para la ganadería, particularmente bajo la modalidad silvopastoril (pasto forestal). Greenpeace sostiene que esta última zona, que ocupa la mayor parte del orden, más que una amarilla, acaba siendo una «gris» a discreción de los planes de producción aprobados..
Así aparecen»adaptaciones«con el que las empresas adaptan sus tierras a la modalidad silvopastoril: pequeñas franjas o cuadrados de «bosque» dentro de hectáreas en su mayoría deforestadas. Este diario contactó con fuentes del Dirección General de Bosques y Fauna provincial a consultar sobre las formas en que se otorgan los permisos en la zona amarilla, pero al cierre de esta edición no había recibido respuestas. Según el seguimiento satelital de Greenpeace, en el primer semestre del año Santiago del Estero fue la segunda provincia con más desmontes, con 21.047 hectáreasjusto por debajo de los 21.148 del Chaco.
los venenos
«Antes teníamos bulldozers y ahora teníamos pesticidas“Así grafica Orellana la situación actual de su comunidad desde que las empresas de la zona comenzaron a utilizar lo que las familias llaman”los venenos«. Horacio Fernández es una de sus víctimas. Hace unos meses dos semanas en cuidados intensivos por neumonía bilateral. Los médicos le dijeron que la exposición a pesticidas tenía mucho que ver con su condición. Las condiciones más comunes son colitis, dolor de garganta, fiebre o dolores corporalespero nada se compara con el hecho más doloroso que atravesó la comunidad: uno de sus miembros desarrolló un Un cáncer de pulmón que acabó con su vida.
El impacto de los productos químicos también llega a animales. Según las familias, nacen con malformaciones en las extremidades o en el sistema nervioso. Al encontrar que el las gallinas empezaron a caer muertascontactaron con un veterinario que les explicó los motivos: «El veneno afecta el desarrollo del cerebro y terminan muriendo«, sostiene Fernández. El desmonte también impacta en los tiempos de cultivo. Tanto los Santillán como los integrantes de Yaku Cachi coinciden en que hace unos años se movió todo: «Antes llovía en septiembre y ahora solo llovía en diciembre«dice Alcides, quien añade que desde entonces «Se siente más calor y vientos más fuertes.«.
la cooperativa
Paralelamente al conflicto por la tierra, la comunidad en la que viven los Santillán pudo realizar una proceso de regularización de tierras organizado en Mocase y bajo una encuesta del INAI. Alcides precisa que «ahora tenemos una propiedad comunitaria con vecinos y así el los animales pastan por todas partessin límites de nada, pero sabemos muy bien cómo son las cosas: No vamos a vender ni desmantelar más que el monte bajo, donde producimos para el autoabastecimiento».
Hay principios éticos que se respetan en la vida comunitaria de la montaña. Fuera de esos límites, un proceso en particular llena de indignación a los Santillán: aquellos campesinos que entregaron sus tierras a empresarios a cambio de una casa en Campo Gallo. Alcides sube el tono al recordarlos: «Si hubieran entendido que todos teníamos que organizarnos, cada uno tendría su trama.«, asegura y dice que muchos casos terminan con arrepentimiento: «Ahora son trabajadores que sirven a otros en el campo.«. La otra cara, subrayan, es la forma en que, como en «tierra prestada«, entienden su vida en la montaña. Antonio lo resume así: «Nunca pensamos en comprar una casa en el pueblo. Aquí morimos, pasamos y nuestros hijos quedarán.«.